Algodón y carbón.

Vergüenza. Hirviendo en mis huesos. Taladrándome la memoria. Cerniéndose sobre el futuro con un maleficio de fúnebres ventajas para mis seres queridos. 

  Una mano diminuta me tira de la camisa mientras busca mis ojos huecos y deshidratados.

  -¿Cuándo regresaremos a casa, papá?

  Poso la vista en la ventana para huir de su examen de conciencia. Admiro el pacífico campo que rodea la cabaña y adopto un aire cansado y retraído, sabedor de la mayoría de los males que andan sueltos en las garras de la noche y sus transeúntes. 

  Independientemente del suelo sobre el que durmamos, esos tipos pueden rastrearnos.

  -Solo importa que no nos separemos, pequeña. Olvida la ciudad y su ruido.

  Sin mirarla aún, oigo un lamento manar de su garganta. Un sonido que guarda la honestidad que mis sesos no se permiten albergar.

  La niña echa de menos a su madre y a su hermana. Entiendo la confusión triste que apaga sus pupilas frente a la chimenea desde hace dos semanas. No obstante, esta es la mejor opción. Desagradable y fría, apestosa en su silencio embustero, mas necesaria. Un resultado ilógico para el ingenuo progenitor que, hace cinco años, se hubiera reído ante la idea de que el siseo adictivo del ladrón bajo su piel volvería a ennegrecer los días.

  Le acaricio la cara a mi última esperanza y me llevo un dedo a los labios. Dudo que ella llegue a escuchar de mi boca los delitos que mis propias manos han cometido en nombre de un bien egoísta. Guardaré esa fiebre en favor de un resplandeciente mañana familiar, pero me ahoga una meta venenosa imposible de suprimir en mi historial.

  Ahora comprendo la importancia de los procesos... ¿Es posible comprar un final limpio con un comienzo podrido? 

  La fiera de mis entrañas ya no lo cree.


Ruby Atlas ©




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