PRISMÁTICOS SECRETOS

Contemplo el escenario.

  La blanca virginidad de la luna alumbra las sábanas teñidas de sangre. A través de un círculo talado en el techo por donde la noche asoma sus garras, la luz de las estrellas acaricia la figura femenina que yace sobre el colchón. El silencio de la muerte, la dulce nana que adormece las tinieblas, ha invadido la cabaña del bosque. Y durante las últimas horas de noviembre la oscuridad acuna una sola respiración entre las paredes de madera.

  Las sombras engullen todo menos el agujero esculpido por el hombre que se halla tumbado en el lado derecho de la cama con los ojos vidriosos y las mejillas húmedas. Observando el cadáver de la joven, el tipo, a quien la edad aún no ha desfigurado, contempla ávidamente el rostro de ese ángel desgraciado mientras extiende la mano para tocar su piel. En ella son visibles arañazos y una mugrienta capa de células que ha engullido la vitalidad. Posa la boca sobre las mejillas de la damisela, manchadas de barro, y esboza un gesto de orgullo al haber traído de nuevo a casa a quien continúa atesorando. Algo agudo y ajeno al lenguaje logra que su pulso se acelere tras meses de desesperada impaciencia.

 Al vislumbrar el cuerpo en estado de descomposición, del cual dimanan hedores infernales, las pupilas del individuo aumentan de tamaño. La temperatura de sus sueños raya en la aberración. Centímetro a centímetro, explora los restos de quien estaba destinada a ser su esposa, recordando sin preocupación el eco del cementerio. Alimenta la ilusión de que la mujer permanece viva. El leñador revive la imagen de su musa deshaciéndose mientras es arrastrada desde la carretera hacia la choza donde tantas noches le juró fidelidad y mil gritos se pelean dentro de sus costillas condenando al cielo, al averno y a sí mismo. Nada arde ya excepto su álgida añoranza.

   Sopla un beso en dirección al esqueleto y se acuesta sonriendo con la inocencia de un niño que ignora la locura. Apenas tarda unos minutos en quedar atrapado por el cansancio y la telaraña del horror. 

 Unas horas más tarde, el lejano sonido del campanario hace que aparte la mirada del extraño teatro. 

   Aprieto los párpados, olvido mi fallecimiento y huyo al valle confirmando que, a medida que vuelo, soy un alma en libertad.


Ruby Atlas © 

Imagen: Andreas Rocha


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