AQUEL FLORECIMIENTO

Miro las sábanas en un intento de encontrar respuestas en su blancura. Necesito el frescor de un nuevo camino. Dejar atrás la niebla, las cadenas con nombres y los deseos anestesiados. ¿Es tan solitario transitar el desorden? 
   El sonido del tráfico se cuela a través de la ventana y electrifica el silencio. Estoy en una cama que no me pertenece, donde puede nacer algún cielo o la brújula tal vez marque un error necesario. Pero, debajo de mis costillas, todavía noto algo febril buscando deshacerse de antigüedades hirientes, de días mordidos por vértigos tristes. 
   Su figura aparece en la habitación y se arrastra hasta mí conteniendo el júbilo. Me pregunto qué hago ahí, en mitad de una revolución de sentimientos que no aciertan a desvelarse. Sin embargo, sus manos no tardan en recordarme que el calor amable cicatriza los mares llorados, incluso aquellos que nunca donaron su sal al mundo. Leo cicatrices doradas en sus ojos y el impulso de apostar por las cosas perecederas, por las semillas que hablan de un tiempo verde. Entonces permito que mis pies descarten la huida, que olviden la salida de emergencia al palpar un destello más sabio que el reloj dentro del cual mis planes se agitan. Comprendo que la flor siempre estuvo sembrada en mí y sonrío. 
  Las flechas del falso azar nos rodean y enlazamos los dedos hasta cubrimos con la tinta del amanecer. 

Ruby Atlas ©
Imagen: Reeddrawsond

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