LA NANA DE LOS NIÑOS PERDIDOS
En mí gritan gigantes que respiran desde el cementerio.
En el reverso
de este nombre he sembrado rosas sobre los inviernos de ceniza y
eco que me habitan.
La sangre sin acunar ha chillado
con incendios por llanto y esta carne
ha sido madre del pasado y de sus herencias
de polvo mudo.
Los días se han vestido de luto y
las noches han vomitado vida coagulada.
Le he estrechado la mano a los demonios
en el abismo del oxígeno
(donde el vacío hace pie,
donde la niebla palpita).
Todas las pavesas han escrito epitafios
en mis labios mientras ellos parian
alas prohibidas.
Los acueductos del terror
han construido ciudades
en ruinas y las sequías han inundado los volcanes cardíacos.
El cuento ha roto el útero de telarañas
alimentado y en las entrañas del cielo desertor,
han cantado las sirenas rubíes:
un alud rociando el sueño,
un dardo latiendo en la lengua
de la loba,
una supernova que se niega a morir
en los anillos de la memoria.
¿Por qué un erial en el vientre y esta piel secuestrada por soles marchitos?
Algo muerto respira
a través de estos poros que fueron cárcel milenaria:
a cada flor
le pertenece una lágrima distinta y, sin embargo, hija de la misma tierra.
Ruby Atlas ©

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