CRÍTICA - THE HOLDOVERS (LOS QUE SE QUEDAN)

La alegría a veces está hecha de contratiempos y soledades compartidas. Todo depende de cuánto nieve antes del desayuno. Simplemente, hay días en los que la gracia aguarda donde la victoria parece pertenecer a otros y el dolor firma las horas.

   A la filmoteca moderna se suma un cuento fuera del tiempo, un diamante (en) bruto e indestructible. Esta historia mercurial y agridulce retrata la juventud, la adultez y el sentido náufrago de las experiencias con una chispa que ata generaciones. Se habla de ausencias: de aquellos cuyo aliento pesa aun habiéndose ido, de esos cuyo corazón late pero no está presente, de quienes eligen exiliarse del mundo para sentirse menos solos, de las multitudes y los pequeños comités donde se juntan el vacío y la verdad. El duelo aquí se transforma en un tránsito común: ante la pérdida, ante lo que ha de partir, ante lo que no sucedió, ante el sueño torcido, se desnudan las heridas... Y también amanece el amor auténtico en la camaradería insólita. Porque el crecimiento de uno es el del otro, y un acto de ayuda siempre se mueve en dos direcciones. Al reconocer un rostro, aceptamos a la vez el nuestro. 

   The holdovers hace un truco de magia crudo: la escuela Barton respira en el espectador con cada fotograma y los contrastes cómicos son el espejo personal, espontáneo y desordenado. Los detalles técnicos y las localizaciones escriben la aventura. Los años setenta se apoderan completamente de la pantalla, los colores pintan una complicidad orgánica, la música sella esta poesía en movimiento que podría haberse publicado hace medio siglo y que aterriza ahora como una canción inalterable. Nada se encuentra fuera de lugar, ni siquiera los planes rotos. 

   El trío protagonista se vuelve una propia y eterna familia. Paul Giamatti realiza una interpretación mayúscula. La corporalidad y el ingenio se superponen hasta mostrarnos por qué es el alma de la cinta. Da'vine Joy Randolph destila sentimiento, habitando a Mary desde un poder profundo, vulnerable y resiliente. Dominic Sessa debuta de un modo extraordinario y magnético; él encarna a la estrella polar que desafía a ese cielo de nubarrones.

   Con este film, Alexander Payne abre las puertas cardíacas y no las cierra. Una historia íntima que, entre carcajadas y lágrimas (¿al final del viaje hay alguna diferencia?) desata lo mejor de(l) ser humano. El espíritu navideño pocas veces se ha capturado en el cine de una manera tan cierta. Y esa calidez sigue siendo bienvenida en cualquier época. Si algo afirma Los que se quedan, es el esplendor en la oscuridad. La unión de unas manos diferentes pero igual de arañadas por la vida, que resisten jocosas. 

   Bravo. Las cerezas arden. Y todo queda entre nosotros.

Ruby Atlas © 
Imagen: Gil

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