El tacto de la guerra.

   La claridad del amanecer comenzó a envolver el bosque. Kirsten terminó de guardar las pertenencias de los dos en un pequeño saco y arropó a su hermano con un par de mantas. Incluso lejos del núcleo de la ciudad, resguardados de la gelidez gracias a los enormes y frondosos árboles de los alrededores, el frío congelaba sus huesos. El viento proveniente del este acunaba su mirada endurecida y llena de rojeces, meciéndola. Dejó las pupilas perdidas en la vegetación y trató de impedir que la crudeza quebrara sus sentimientos, aunque las voces del ayer regresaron con el movimiento del aire. 
   Cuánta distancia los separaba de la reconfortante atmósfera de su infancia, en la cual habían crecido con la calidez amorosa del pueblo. Meses atrás hubo restos de alegría dentro de los hogares. La esperanza mantenía despiertas a familias enteras y, a través de ella, niños y adultos conservaban las ganas de vivir. 
   Pero recordó la imagen de las viviendas en llamas. Del mal cayendo de los aviones en forma de bombas, destruyendo futuros y obligando a los supervivientes a huir. Asolando uno de los rincones de la Alemania natal de ella y de Axel. Dibujando caminos de sangre y permitiendo que cientos de cuerpos inertes yacieran en las calles.
   El aroma de la muerte pesaba en su memoria. No obstante, al menos ambos habían escapado. La naturaleza que los rodeaba continuaría siendo un dormitorio si las tropas policiales no traspasaban los límites de la zona. 
   El afectuoso tono de su gemelo la devolvió al presente. Puso un brazo alrededor de su cuello y la besó suavemente.
   —Buenos días, mi reina.
   Kirsten giró la cabeza hacia él. Sus ojos azules guardaban una determinación admirable. Transmitían una resistencia y un poder legítimos. 
   —¿Has dormido bien?
   —He soñado con ellos. Ya sabes, la historia de siempre.  
   Ella le abrazó.
   —Nunca vamos a quererlos menos. Debemos aceptarlo. Yo tampoco olvido a nuestros primos. 
   —Ojalá esto termine pronto. Te prometo que estaremos juntos pase lo que pase.
   Las lágrimas recorrieron los pómulos de la chica. Pese a no haber alcanzado la pubertad, se había convertido en una adulta a la fuerza. 
   —Sí. No importa que eso signifique correr y defenderse. 
   La promesa se tatuaría en esas tierras manchadas por la inquina durante décadas. Resultaba vital continuar en pie, marchar hacia un refugio seguro y cultivar energía para construir un amanecer mejor y hallar a otros exiliados. Pararse en medio de la negrura no rescataría a nadie del dolor.
   Juntaron sus manos e invocaron unos segundos de paz. 
   Ellos, contra el viento cortante y áspero de las ausencias, saldrían adelante. 


Ruby Atlas ©



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