El apellido sombrío.

  El tiempo se ha detenido en la habitación. Las viejas paredes sujetan el silencio con una gravedad áspera y austera. Nada parece cobrar vida dentro de este esqueleto de madera reconocido como una magnífica reliquia de la provincia. Y estoy de acuerdo en lo referido a la niebla gris que aguarda en su interior, salvo que esta mansión no es un lugar al que pertenecer gratamente. El palacio de frivolidades es una casa de hielo donde recluirse entre antiguos fantasmas y absorber engaños. 
  De pronto, unas notas rompen el tedio y la oscuridad de la tarde, y un destello de vitalidad se aproxima desde las alturas. La suave música asciende a través de las sombras y traza dibujos invisibles manchados por la fatalidad y la ira. La melodía dulce se transmuta en una danza de sentimientos que luchan por sobrevivir, por encontrar su espacio más allá de las condenas, las pérdidas y la tristeza. Y el ritmo evoluciona hasta alcanzar un clímax en el que la fuerza humana, la hija de la pasión y el dolor puros, se transforma en el motor de la canción.
  Me incorporo de un salto y tomo una de las velas con el fin de alumbrar las escaleras. 
  Solo conozco a una persona capaz de vertir con semejante magnetismo su sangre y sus ilusiones sobre un instrumento: él.
  Subo los peldaños de forma cautelosa mientras la calma retiene su propia opresión y sugiere que el poder del arte es demasiado veraz y sólido como para ser derrocado. 
  Cuando abro la puerta del salón, Colin toca una última nota impregnada de furor y después posa sus dedos encima de las teclas con aire compungido aunque sereno, retraído en una melancolía volátil.  Dos seres habitan en él desde que le conozco: un hombre bravo dispuesto a batallar por sus ideas, y un cazador de emociones cuya risa irónica es la defensa de un corazón hecho pedazos por la muerte y la soledad. Y en medio de este caos impuesto por el legado de la familia, yo comprendo a ambos.
‌  Me acerco al piano, pero antes de llegar a su lado, sus manos me reciben aún envueltas por la vivacidad del sonido y las chispas audaces. No despega los labios, lo cual me sorprende dada su facilidad cotidiana para la elección de palabras serias y sardónicas a partes iguales, mas su común baile de máscaras en el acto de la comunicación está eclipsado por un éxtasis catártico. Pese a todo, empatizo con su conflicto espiritual, reconozco en su gesto meditativo una confianza resuelta entre fanfarronerías superficiales que también se hallan tatuadas en su nombre. Está sufriendo, derramando certezas en el vasto mar de la sensibilidad. 
  Alza la mirada y en sus ojos claros y selváticos, habitados por una naturaleza salvaje que solo obedece a la llamada de su alma y a la devoción por la existencia incluso en sus segundos amargos, veo la necesidad imperiosa de combatir hasta el fin de sus días.
  Acaricio sus cabellos bañados en el néctar primaveral de mayor rebeldía y esbozo una sonrisa tímida.
   Siguiendo una ruta idéntica a la mía, desea descubrir su identidad fuera de esta tumba alimentada con el desdén y la mezquindad de sus moradores. Y así lo haremos.


Ruby Atlas ©
Fotografía: autor desconocido.


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