Suciedad de clase alta.

   Unas lágrimas inmundas abrasaban sus mejillas. Rodaban desde sus ojos incrédulos con el escozor del desconcierto, manchando el cuello de su blusa con indiferencia. El aire que exhalaba poseía la misma densidad que las ruinas de su próximo amanecer. La rabia taponaba sus oídos y sobre su rostro de porcelana, roto en pedazos de vesania ofendida, solo se leía la humillación. Pero por ningún poro asomaba el arrepentimiento dispuesto a volar aun carente de alas perfectas. 
   Desde mi sillón, la escena era ridícula. La jovencita temblaba frente a mí con el orgullo herido y la mirada constreñida por el engreimiento. En sus puños levemente cerrados aún latía la ira putrefacta de la soberbia.
   Negar los deseos de la señorita White implicaba violar una ley implícita. Nada era inalcanzable para su reputación de oro, para su sonrisa artificial de anuncio y su poder de conquista. La dominación del comportamiento de los otros era su pasatiempo preferido, su más fina habilidad. Pese a ello, mis pupilas veían la desintegración de su persona innoble y no me avergoncé al sentir exasperación.
   Observé la mueca inerte que contraía su boca, la cual era tan roja y atractiva como la manzana más tóxica, y solté un suspiro hosco.
 Incluso después de los numerosos delitos contra sus compañeros del instituto, todos esos aspectos podrían haber caído en un saco de sombras capaces de disolverse. La posibilidad habría existido si hubiera sido capaz de cambiar su actitud abusiva. No obstante, el intercambio estaba sellado hacía mucho tiempo. Ella actuaba con los ases de un diablo y la mayor parte del mundo aplaudía las caídas de los débiles dictadas por su voluntad... ¿Qué hacer ante ese tipo de quiebre? ¿A qué aferrarse cuando en algunos individuos gobierna la tiranía?
   Deposité la pluma encima del escritorio y abandoné el despacho.
   Aunque las órdenes del director hubieran atendido de forma gozosa las prestaciones monetarias del señor White, yo no limpiaría los expedientes de los nuevos malhechores del municipio. 
   Adiós a la venta de la dignidad.


Ruby Atlas ©
Fotografía: autor desconocido.


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