Bajo un manto de oscuridad, el dolor
inundaba las células del príncipe con un silencioso ardor. Las heridas habían
cavado abismos de hielo en las profundidades de su ser, rasgando sus
recuerdos y destruyendo su fuerza física y mental. En medio de una
carrera contra las horas, el pasadizo de la realidad se había tornado una ventisca de nieblas y terrores intermitentes. Las balas, lejos de haber
perforado solo sus músculos, también amenazaban con cortar la respiración de sus
sueños. Sus labios, portales electrónicos al cosmos de su corazón, estaban
pálidos y fríos, casi carentes de energía. Un invierno de sombras comenzaba a absorber su aura. No obstante, un latido interno, más allá de la ley lógica, palpitaba en él cual delicado aunque férreo hálito de
vida.
Krel se encontraba exánime, pero de su alma brotaban la fortaleza y la esperanza. Rodeado por una opacidad mortal, a través
de sus venas reales refulgía una resistencia valerosa. Un resplandor luchaba por
conquistar sus formas, la humana y la original. Porque ambas caras le
pertenecían a su piel: ahora su identidad era doble, al igual que su
hogar.
Su guardián dobló la rodilla y se agachó con
un gesto de ceremonioso respeto que sobrepasaba las consideraciones políticas regidas por su galaxia. Sin la
presencia de aquel próximo rey, el sentido de su camino perdería luminosidad. Las batallas
libradas, desde la primera a la última, pertenecían al vínculo que le
unía a él y a su hermana. Nada guardaba significado si ellos, juntos, después
de haber renacido de su pasado, de demostrar ser merecedores del trono por
encima de las guerras y las pérdidas, no continuaban liderando el sendero de la
victoria y sus respectivos destinos. Él, Varvatos Vex, como protector y guía,
debía proveer a esos jóvenes de una existencia larga y próspera. Su misión consistía en servirles, y su mayor ventura, en defenderles. Por ello, en
caso de que el varón Tarron no despertara, su conciencia autoritaria quedaría manchada durante la vasta eternidad. Y aun así, el primer paso se basaba en confiar en su pupilo predilecto.
Aja se acercó y colocó una mano sobre la frente de su
héroe, de su otra mitad, de su segundo yo. Las experiencias corrían por su
memoria con una bandera de compasión y felicidad. Pese a que los enemigos les habían
arrebatado su planeta, su posición y su familia, nunca les quitarían lo que
habían ganado por las rutas del riesgo y de la soledad. Habían aprendido a usar el coraje para forjar su futuro, a barrer sus miedos y a integrar el alcance galáctico de la amistad.
En ese instante, bañados por la melancolía y acogidos
por la incertidumbre, los pensamientos de la princesa fluyeron hacia
sus dos compañeros y los tres se conectaron para construir un nexo de tiempos y espacios
que no atendía a márgenes ni fronteras. Un carrusel de vivacidad, una cascada de ilusión descendió por este y fundió de nuevo las sendas del mentor y de los aprendices en la
Tierra.
Krel abrió los ojos y su extraordinaria sonrisa reconfortó a sus cuidadores. La curiosidad nutría aquel rostro otra vez, y esa sed infinita y milagrosa ya no cesaría.
El mundo los necesitaba.
Ruby Atlas ©
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