El mordisco del sino.

De pie ante las llanuras, la luz blanquecina muerde mi piel. Mientras espero el juicio, el calor abrasa las memorias enterradas bajo mis poros.
   Ahora que la muerte perfuma el aire, estoy sediento de silencio. La nada repta hacia mí como una depredadora de viejas ilusiones. Sé que el tiempo fue el testigo único de la barbaridad que obraron mis manos, del delito que araña mi destino con zarpas aniquiladoras, y asumo el porvenir. 
   Lo cierto es que la sombra de los caídos pesa sobre estas tierras. Mis dedos permanecen manchados por la tinta roja de la frialdad, por el calor del odio, y el sol se pondrá por última vez cuando la mujer que tengo detrás despegue el arma de mi camisa y abra fuego. 
  Entiendo su rabia. Le arrebaté a su familia.
   El viaje planeado vibra en mis células. Hoy mis pasos son nómadas en el gran cañón y comprendo que las personas limpien la desidia y el horror que envenenan el pueblo, que hijos y padres quieran deshacerse del sabor amargo y presuntuoso de la intolerancia. Pero eso solo es posible cruzando los límites. ¿Desearán todos ese camino insano?
   Afilo mis recuerdos con la navaja de la convicción. Mis motivos fueron malinterpretados hace años. Sin embargo, no sucedió lo mismo en cuanto a mis crímenes.
   Inspiro y oigo el canto de la pistola.


Ruby Atlas ©



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