Los tres deseos. [Fanfic]

   Cyrus puso sus manos alrededor de las mías y el mundo comenzó a moverse mientras su calidez me transportaba lejos de un aliento belicoso. Cuando notamos que el suelo emergía bajo nuestros pies, ambos separamos los párpados con la sensación de estar todavía dentro del oasis de espejismos que provocaba el conjuro.
   —Ali, conserva estas piedras. Si las utilizas para hacer de este sitio un lugar mejor y ayudar a las personas que te importan, lograrás que tus peticiones también se cumplan. Pero si decides emplearlas en beneficio propio, sin tener en cuenta las consecuencias de tus actos y el precio de tus anhelos, entonces el destino te perseguirá hasta que pagues tu deuda.
   Los tres rubíes me pincharon la mano.
   —Al formular mis peticiones, tú desaparecerás.
   La voz se me quebró y a su semblante se asomó un fugaz destello de melancolía.
   —Que no te frene eso. El poder de cambiar la realidad me fue asignado con una serie de condiciones, y la soledad es una de ellas. Un genio no se atreve a soñar.
   Los rayos se reflejaban en su rostro, cuya belleza resaltaba gracias a su piel tostada, sus rasgos exóticos y la honestidad de sus pupilas.
   —Entonces ninguno deberíamos tener semejante osadía. Obligar a alguien a vivir con el único propósito de cumplir las fantasías de los demás me parece horrible.    
   —Resulta duro, Alicia. Las décadas me han enseñado que esa es la manera de hacer las cosas correctamente. Recuerda qué sucede cuando alguien se rinde y la ambición lo ciega.
   —Lo absorbe hasta destruirlo...
   Cyrus se sentó sobre la cama y me atrajo hacia sí, permitiéndome descansar en su hombro a la vez que escuchaba cómo el aire salía y entraba de su pecho con la serenidad de un guerrero. Los deliciosos aromas de Oriente moraban en sus poros y envolvían sus ropas, y al acercarme a él creí hallarme en esas tierras remotas a las que el sol bañaba con un don especial.
   —Crecí siendo un esclavo en las regiones del sur, sobreviviendo en una sociedad pobre mientras obedecía las órdenes de mis amos, quienes, de no servirles con eficacia, se deshacían de mí o me prohibían comer durante largos periodos hasta que aprendía a realizar las tareas a la perfección —se pasó la mano por sus cabellos de cacao según rememoraba las dificultades de su infancia—. He conocido la maldad y la bondad de las gentes, sus debilidades y sus temores, y afirmo que hay individuos dispuestos a hacer lo imposible para conseguir lo que buscan. Y esa es la pesadilla de vosotros, los mortales. Por eso, aunque yo no adoro este camino, no me arrepiento de lo que les he concedido a miles de personas desde que el sultán me otorgó esta habilidad y nunca permitiré que un alma manchada por la ira me manipule para saciar su sed vengativa.
   Las imágenes de Jaf, el gran brujo que controlaba los nacimientos y las muertes de los que poblaban el lugar, vinieron a mi mente.
   —Prométeme que el día que te enfrentes al hechicero, no permitirás que gane. Jamás desistas en lo que has venido a conseguir aquí. No vendas tu libertad para adueñarte de la corona... Porque no habría retorno.
   Sus ojos se encendieron como una vela en mitad de la noche, llenos de una extraña luz que facilitaba entrever su voluntad de hierro.
   —Lo prometo.
   Sus brazos me rodearon con la energía de un incendio, aunque esas llamas eran incapaces de quemar a nadie. Ladeé la cabeza hasta que mi boca y la suya se unieron y la dulzura de sus labios me trasladó a otro tiempo en el que reinaba la benevolencia.
   Aun cuando mi casa se encontraba muy lejos de cualquier esquina de ese mapa que custodiaba un sultán impío, me sentía en mi hogar.
   —Te aseguro que la locura no me corromperá. Y que derrotaré a Jaf. Tú mereces ser libre, al igual que los demás —su mirada me atravesó con una gratitud impronunciable—. Tú me has recordado que todo es posible si se formulan los deseos con el corazón.
   Una sonrisa domó su expresión, convirtiéndola en la octava maravilla del mundo.
   —Esa es la prueba de que la magia existe.

R. A.



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