Luces y leyendas. [Inspirado en Kingkiller Chronicles]

   —Cuéntanos lo que sepas.
   Aunque el joven pelirrojo se frotó la barbilla con un gesto casi desprovisto de energía, sus ojos se encendieron con la llama sagrada de la curiosidad, con ese ardor que jamás se apaga en los aventureros incendiados por la sabiduría.
    —Una vez oí hablar de ellos a un chico éldico. A alguien que había vivido miles de experiencias y atravesado muchos reinos. Tantos, que no creeríais una sola de sus palabras si las repitiera ante vosotros —tomó una bocanada de aire y su pecho se llenó no solo de oxígeno, sino también de una emoción que sus labios intentaban negar frente a los forasteros—. Dicen que cuando la noche se convierte en un mar de sombras tan negras como el pasado de los demonios, que cuando el brillo de las estrellas es camuflado por la niebla que emerge de las entrañas telúricas y los árboles de los bosques alzan sus ramas hacia el cielo, aparecen. Según los viajeros que han cruzado el norte hasta llegar a las colinas del gran pantano, estos buscadores de ánimas son únicos. Espíritus diminutos que prestan su ayuda a los aldeanos buenos que reconocen sus errores. Seres invisibles que alumbran el camino a los humanos que han enterrado sus esperanzas. Almas cuidadoras de los elementos que tienden la mano a quienes no distinguen el brillo solar del lunar porque sus pupilas han quedado cegadas por los fracasos.
   El menor del grupo posó el puño en la barra, colérico.
    —Siendo cierto que esos monstruos nos apoyan, ¿qué sucede con los cazadores que llevan años ahí fuera? ¿Por qué no regresan? ¿No los han encontrado? ¡Necesitamos averiguar su paradero!
   El posadero se llevó un dedo a la boca rogando un silencio que aconteciera al secreto. Su semblante no cambió la expresión perspicaz y críptica.
    —En el caso de que caballeros de este calibre, cuya nobleza se ha extraviado y cuya vanidad resulta impalpable, alcancen las montañas de Yll, los buscadores se encargan de llevarlos de regreso a sus casas y marcar la ruta que deben seguir. Pese a ello, de cumplirse que aquellos que se adentran en el bosque no posean una voluntad pura, estos entes ordenan a los astros que se apaguen y los visitantes nunca vuelven a sus hogares ni alcanzan las ciudades próximas. En síntesis: ni avanzan ni retornan. La noche se convierte en un laberinto cerrado y la desolación producida por la oscuridad absorbe su cordura hasta enloquecerlos, transformándolos en marionetas incapaces de usar la lengua común.
   La mirada del mediano, el menos robusto de los tres varones, se tornó gélida. Sus compañeros pronto se enzarzaron en una lucha por debatir la existencia de las criaturas, pero las arrugas que se hallaban tatuadas en los párpados de ese anciano granjero susurraban que las dudas no le permitirían dormir.
     —¿Nos asegura que lo que cuenta es real?
   Los hermanos observaron al joven con cierta incomodidad. Este no pestañeó. Se limitó a analizarlos cual ilusionista que se pasea ante la audiencia con la astuta elegancia de un trotamundos.
     —No puedo. Y eso es lo que hace que sea verdad —sonrió de una manera arrebatadora, sin mostrar los dientes, y en sus labios leyeron una satisfacción igual de misteriosa que las leyendas que inundaban la comarca con hechos inexplicables y héroes desaparecidos—. ¿Acaso creeríais a un hombre que afirma haberlo visto todo?


R. A.


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