Sándwiches, caramelos, y mantequilla de cacahuete.

El cielo comenzaba a adquirir un tono violáceo. La jornada se despedía de los habitantes que regresaban a sus hogares y la calma era tangible en las colinas que se hallaban al lado de la villa.
    Rock atravesó la vegetación hasta alcanzar las montañas. Una vez en la zona de mayor altura, hizo caer al suelo la mochila que cargaba a la espalda y sacó un par de sándwiches, una bolsa llena de croissants y una manzana. Extendió una manta encima de las rocas y colocó los alimentos sobre ella. Se sentó y escuchó los grillos que le rodeaban. Una parte de él permanecía enfrascada en la bóveda celeste, pero la otra mitad escuchaba con un aire nervioso, casi enternecedor, cómo el viento mecía las flores y traía hacia las alturas el eco de la paz.
   El leve temblor de las hojas le indicó que el tiempo de espera había terminado. Entonces una sonrisa apareció en su rostro, el cual se negaba a que la pubertad lo endureciera. 
   Se incorporó y una sombra bañó su figura. A pesar de que la criatura que la proyectaba se escondía entre los arbustos, su gran tamaño hizo que la oscuridad cubriera al menor. Se quedó quieto. Unos ojos amarillos se habían posado en él y analizaban sus movimientos con la minuciosidad de un detective. Los envolvía el halo intimidante de quien sabe cosas prohibidas para los mortales.
   Rock dio un paso adelante y extendió el brazo en dirección a la comida, realizando una ofrenda. Al siguiente minuto, algo salvaje emergió del escondite. Un lobo de pelaje grisáceo y orejas moteadas, más alto de lo establecido para un lupus y provisto de unas fauces que prometían desgarrar lo que se interpusiera en su camino, se irguió frente al chico.
   Mantequilla de cacahuete. Olvidas que no la soporto.
   El muchacho introdujo los dedos en los bolsillos del pantalón e hizo bailar un paquete de galletas delante de sus colmillos.
   —Son míos. No quedaba mermelada en la despensa. ¿Has pensado que no guardaría tu postre favorito?
   Acto seguido, el lobo le lamió la cara con una bondad inviolable.
   El día en que me defraudes, el mundo comenzará a girar al revés.
   Ambos se acomodaron y compartieron la cena mientras la claridad abandonaba la zona. El jovencito le acarició el hocico con una delicadeza ensayada y carente de temor. La alegría que ardía en sus entrañas tarareaba una melodía que atesoraba recuerdos felices.
   Cuéntame las novedades.
   El interlocutor se encogió de hombros.
   —Me gustaría vivir algo emocionante, Jean. Salir de la rutina, dejar la escuela y dedicarme a explorar otros lugares. Pero en estas semanas no ha pasado nada importante —resopló—. Las mismas caras, las mismas clases…
   Todo no puede cambiar tan rápido. No te desesperes. Pronto te dedicarás a lo que quieras y conseguirás ahorros. Luego empezarás de cero.
   —Ojalá viajar y regresar con buenas noticias y suficientes billetes en la cartera.
   Eres capaz de eso y más. Confío en ti. ¿Qué tal la familia?
   Rock puso unos caramelos en su mano y permitió que el animal le hiciera cosquillas con la lengua según los recogía.
   —Papá continúa en el negocio de los automóviles. La verdad es que no le va mal, aunque suele venir tarde la mayoría de las semanas porque hace horas extra. Hay que pagar los gastos de la casa y de nuestro colegio. Yo intento sacar ratos libres los sábados y echarle un cable —hizo una pausa y se mordió el labio—. Mamá se encuentra bien. Al fin se ha recuperado de la gripe que sufrió en agosto. Y Rosalie… A veces resulta duro recordarle que no volverás.
   Las pupilas del mamífero se agrandaron. Pese a ello, no hizo comentarios. Se mantuvo sentado observando que el rostro del chico perdía luminosidad.
   —No entiendes cuánto me arrepiento de ser un cobarde. Si aquella tarde me hubiera enfrentado a Gerard y su pandilla…
   Mostraste valor. Ellos eran cuatro y tú uno. Trataste de evitar una lucha usando las palabras. Si no te escucharon, no se debe a que no lo intentaras. Ten claro que ningún humano me obligó a defenderte, a tirarme a ese pozo. La decisión fue mía. Las consecuencias… Bueno, aún son un enigma.
   Rock se limpió las pestañas, que se le habían humedecido.
   —Lo lamento.
   La bestia aterrizó las patas sobre él.
   El precio era salvarte. Saltaría al agua mil veces con tal de impedir que a mi hermano lo ahogaran unos gamberros.
   Las mejillas del muchacho se colorearon.
   —Te adoro, Jean.
   Miró el reloj. Las agujas marcaban las nueve y media, lo que significaba que le quedaban diez minutos para atravesar el bosque y llegar a su casa.
   Se levantó y guardó los plásticos que habían usado.
   —Me prohíben que me aleje del restaurante de la tía Fina al anochecer.
   De acuerdo. No te metas en líos. Dile a Rosie que estudie y que continúe dibujando. Espero que no desperdicie su talento. Me acuerdo mucho de la enana.
   —Vendré en cuanto sea posible. Lo prometo.
   El pequeño abrazó al lobo y después se alejó con el tintineo de los astros sobre su cabeza.
   Al marcharse, un aullido se oyó a sus espaldas: el adiós de un igual, de un amigo incondicional que habitaba una piel diferente.


Ruby Atlas ©




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