Contacto.

   Aunque el frío de diciembre helaba las ventanas del coche, dentro de este solo percibía la calidez de su compañía. 
   Le sonreí y dejé que el oleaje de los sentimientos dominara el momento. Acorté el escaso espacio que nos separaba mientras sus manos y las mías temblaban, y el pulso se me aceleró en segundos. 
   Deseaba tocar sus labios. Unirme a él. Conectar con las profundidades de su persona...
   Nos fundimos. Y tras el ardor de los besos, reímos como niños cómplices de sus propias bromas. 
   Mas la suerte no estaba de nuestra parte. Éramos dos amigos que jugaban contra el destino y pretendían no quemarse con su fuego.
   Entonces recordé que una historia sin dolor es un cuento falso. Que anclar los pies a la tierra es una obligación para vivir en paz.
   Mis ojos se enrojecieron frente al pánico que llevaba meses ahogándome en silencio y hundiendo mis pasos en la inmoralidad. El sabor agridulce de un cariño ilegal me perseguía.
   Observé a Charlie compungidamente. 
   Amaba a aquel hombre. Habría dado hasta la última gota de mi sangre si hubiera sido necesario salvarle, pero no iba a destruir a su familia. Su mujer y su hija necesitaban a un buen padre y marido. Requerían la atención de alguien sincero y comprometido con sus decisiones pasadas.
   El extraño eco de nuestras respiraciones zumbó en mis oídos.
   Alguien con un poco de honor, se marcharía de allí. Alguien con el sentido de la justicia aún alerta, escaparía de semejante círculo gravitatorio.
   Me limpié las lágrimas y abandoné el vehículo sin mirar atrás.


Ruby Atlas ©



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