El anochecer.

Esperé a que el brillo de las estrellas se apagara por completo. Una brisa fresca parecía empujar el contorno de la luna llena con una luz frágil y espectral. Las sombras abrazaban el pequeño pueblo en medio de una quietud expectante.
   Al acercarme a la puerta, comprobé que Carey no deambulaba por la casa. Solía dormirse muy temprano, pero aún así me aseguré de que nadie irrumpiera en la habitación. Nuestros padres se habían marchado y no volverían hasta la semana siguiente, así que no existía el riesgo de que descubrieran la verdad.
   Consulté el reloj. El sueño y el cansancio adoptaban la forma de enemigos invisibles que querían succionar mi voluntad. Sin embargo, intenté mantenerme despierta. Sabía que un último esfuerzo merecería la pena aunque se consumieran mis fuerzas. Necesitaba sentir esa adictiva oleada de nuevo pese a que ello implicara enfermar debido a la continua falta de descanso.
   Un leve murmullo después de la medianoche hizo que recuperase la esperanza. Fue un sonido casi imperceptible, algo flotando en el eco de la oscuridad como un espíritu buscando un cuerpo cálido donde refugiarse. 
   Me levanté de la cama con un cúmulo de sábanas para soportar el frío que traspasaba la ventana. Cuando levanté la barbilla, mis pupilas se dilataron a una velocidad impensable, dominadas por una atracción que excedía cualquier experiencia humana.
   Sentada encima del mirador con sus abismales ojos fijos en mí, balanceando los pies descalzos y blanquecinos sobre el seno de la penumbra, se encontraba la criatura más fascinante y asombrosa que jamás hubiera logrado imaginar. 
   Durante un par de largos e impagables segundos, observé cómo la palidez extrema de aquel ser se fundía con el contraste de las tinieblas. Unas telas marrones y grises decoraban su esbelta figura, semejante a la de un ángel sin alas, y los restos de una camisa de aspecto antiguo acariciaban su torso fornido.
   Contuve la respiración y, antes de aproximarme, contemplé la dulzura quimérica de ese joven cuya perfección rayaba en lo inquietante. La línea que trazaba sus labios era de un rojo tan intenso y febril que fui incapaz de apartar la vista de ellos. Aquel iris del color de la sangre, penetrante y narrador de todo enigma, sugería una infinita sabiduría que se reflejaba en su intimidatoria posición. Y algo magnético se desprendía de su aura cual encantamiento indescifrable.
   A merced de un impulso instintivo, escuché los latidos de mi corazón: estos componían la melodía de lo único que estaba vivo dentro del cuarto.
   En ese instante, una ventisca suave ondeó su cabello azabache y la negrura se cernió sobre mí. El extranjero comenzó a silbar y el viento obedeció su orden, saciando así un hambre antinatural que electrificaba los astros.


R. A. ©



Comentarios

  1. El blog es muy chulo y escribes muy bien, tu imaginación i i forma de escribir me recuerda a la de Laura Gallego García. Me encantan sus libros, por lo tanto también me tiene que gustar el tuyo.
    Me he leído el capítulo "El anochecer", y es muy chulo.
    Me leeré el tu libro.

    Paula (nieta de Ascen, habitación 817)

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    1. Muchas gracias. Me alegro de que te guste. ¡Un beso enorme!

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